Desde antes del nacimiento, el sentido del gusto de tu bebé comienza a desarrollarse y se irá perfeccionando a lo largo de los meses siguientes al nacimiento. Las papilas gustativas son las responsables de que detectemos cinco sabores básicos: dulce, salado, ácido, amargo y salado. Y no están solas, porque el olfato será el encargado de matizar o potenciar estos sabores. En el siguiente artículo te contamos en detalle cómo es el desarrollo del gusto y cómo influye a la hora de amar o descartar determinados alimentos.
¿Qué es exactamente el "gusto"?
Cuando hablamos del sentido del gusto nos referimos al sabor que percibimos a través de nuestras papilas gustativas. Las papilas gustativas son órganos sensoriales que se encuentran en la lengua distribuidas de manera muy desigual: la gran mayoría se encuentran en los surcos alrededor de las grandes papilas en la parte posterior de la lengua, y el resto están más dispersas –en la parte delantera de la lengua y en la punta de la lengua–. También hay algunas papilas gustativas en el paladar, en la cavidad nasal y en la laringe. ¿Sabes cuántas hay en total? La ciencia ha encontrado que hay alrededor de 10.000 papilas gustativas; una cantidad que disminuye gradualmente hasta las 5.000 papilas a partir de los 50 años. Esto podría explicar por qué la necesidad de comer alimentos con sabores más intensos suele aumentar con la edad.
El sentido del gusto nos permite distinguir entre sabores dulces, salados, ácidos y amargos. Pero el gusto no solo depende de las papilas gustativas: la forma en que percibimos el sabor depende también del olfato y del tacto. Y es a través de la interacción de estos sentidos que percibimos una infinidad de matices de estos sabores. Es decir: sin la combinación de todos los sentidos, la experiencia gustativa se empobrece y aparecen mayores dificultades para identificar y distinguir entre los diferentes sabores.
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¿Cómo se desarrolla el sentido del gusto?
El sentido del gusto es innato, comienza a desarrollarse a partir de la séptima semana de embarazo. Poco a poco, el bebé va teniendo sus primeras experiencias gustativas en el mismo útero, hasta que, en el tercer trimestre, su sentido del gusto ya está tan desarrollado que percibe variaciones en los sabores del líquido amniótico.
Al nacer, tu pequeño aventurero primero ya puede distinguir entre sabores dulces, amargos y ácidos. Alrededor de los cuatro meses, los sabores salados también serán perceptibles y a los tres años, el desarrollo del sentido del gusto se habrá completado.
Ahora bien, ¿cómo se desarrollan las preferencias gustativas? Nuestras preferencias gustativas ya están presentes en nuestros genes. Nuestra afición por lo dulce y lo calórico se la debemos a nuestros antepasados, que vivían de la caza y la recolección. Reconocían los frutos maduros y comestibles por su dulzura y las grasas de los animales que cazaban les proporcionaban energía vital. Hoy en día la preferencia por estos gustos confortables sigue anclada en esos primeros inicios humanos y parece que más particularmente en los niños, cuya preferencia por lo dulce es muy habitual. En comparación con los adultos, los niños pequeños tienen muy poca información sobre los sabores porque han probado menos alimentos. Por esta razón, confían más en la información genética que en lo que les ofrecemos. Por tanto, deben ir aprendiendo poco a poco nuevas experiencias gustativas y esto suele ocurrir durante los primeros años de vida a través de los alimentos que van incorporando. Porque si bien, durante los primeros meses la leche materna o, en su defecto, la leche artificial corresponden con sensaciones agradables, tu bebé irá ampliando su abanico de sabores a medida que pruebe nuevos alimentos en la etapa de alimentación complementaria. Y así, poco a poco, tu pequeño aventurero irá construyendo una rica memoria de experiencias gustativas.
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¿Por qué a mi hijo no le gustan algunos alimentos?
¿Por qué algunos niños están obsesionados con el sabor dulce? ¿Por qué algunos niños rechazan las verduras? Como hemos visto, el desarrollo del sentido del gusto es un proceso cognitivo largo y complejo. Y aunque la introducción de alimentos en la etapa de alimentación complementaria pueda ser esperanzadora en un principio, lo cierto es que los gustos pueden cambiar mucho y en poco tiempo.
El bebé inicialmente tiende a preferir los sabores que ha probado en el útero, que a su vez están determinados por la dieta de la madre. La lactancia, que se inicia tras el nacimiento, va a permitir que el bebé experimente progresivamente nuevos sabores. Cuando comienza la alimentación complementaria, alrededor de los seis meses, los alimentos blandos y dulces (¡pero no azucarados!), como la fruta, son perfectos porque así el cambio de sabor es menos brusco con respecto al de la leche al que estaba acostumbrado. A medida que tu pequeño va creciendo, podrás ir ofreciéndole poco a poco otros alimentos, pero nuestra recomendación es que no insistas en caso de negativa. Es normal que rechace alimentos con los que no esté familiarizado o que su sabor le resulte extraño ya que percibe los sabores con más intensidad que los adultos. Esto puede hacer que tu bebé encuentre ciertos alimentos particularmente amargos, ácidos o demasiado salados.
¡Pero no te desesperes! El sentido del gusto se irá forjando con el tiempo y a tu bebé le gustará cada vez más nuevos alimentos. Quizás pueda ayudarte presentarle nuevos platos o alimentos en un ambiente seguro y lúdico y siempre sin obligarle a comer ni a probar. Además, recuerda que, según la dietista-nutricionista Griselda Herrero, para que un niño acepte probar un nuevo alimento puede ser necesario ofrecérselo entre 15 y 21 veces. Las investigaciones también muestran que los hábitos alimenticios que establecemos en la infancia pueden afectar nuestras elecciones de alimentos por el resto de nuestras vidas, así que nuestro consejo es que te tengas mucha paciencia y acompañes a tu bebé con mucho cariño y respeto, en su desarrollo del gusto y en la introducción de nuevos alimentos.