La paternidad supone descubrir un sinfín de cosas que no imaginábamos. O que veíamos a nuestro alrededor, pero nunca reparamos en su dimensión. Las rabietas, por ejemplo, es una de esas experiencias de la crianza que no solemos saber muy bien cómo abordar. Es probable que todo comience con un cambio: tu bebé, tan tierno y tranquilo, de repente entra en una fase en la que las crisis se multiplican. Esto comienza alrededor de los 18 meses, pero puede darse antes o después. A veces el cansancio y el desconocimiento hace que no sepamos cómo acompañar estas explosiones caracterizadas por gritos, lloros o, incluso, golpes. ¿Quién no se ha encontrado con su pequeño en el suelo del supermercado pataleando? Tranquilo, es completamente normal. A continuación, te explicamos qué son las rabietas y cómo puedes acompañarlas de forma respetuosa.
Las rabietas son normales
Entre los 18 meses y los 4 años es posible que tu pequeño aventurero pase por períodos de reacciones explosivas ante situaciones que suceden de forma distinta a como esperaba. No, no le estás malcriando, estas reacciones son completamente normales en el marco del desarrollo infantil; y por las que pasan todos los niños, unos con más intensidad que otros. El psicólogo Alberto Soler, especializado en crianza, asegura que las rabietas son tan normales «como el llanto de un bebé cuando tiene hambre, como el gateo o como la dificultad de controlar el pipi y la caca». Lo que ocurre es que son difíciles de acompañar y han sido durante mucho tiempo vistas como la manifestación de una mala educación. Nada más lejos de la realidad. Las rabietas (o pataletas) aparecen cuando los niños comienzan a construir su personalidad y a buscar una mayor autonomía y para ello ponen a prueba las normas que hay a su alrededor. Su cerebro está en pleno desarrollo, por lo que también deben aprender a gestionar sus emociones y a perfeccionar el lenguaje. «Conforme los niños van desarrollando otras habilidades más complejas, éstas tienden a disminuir, lo cual suele ocurrir de manera progresiva a partir de los 4 o 5 años», señala el psicólogo en su blog. Así que ármate de paciencia y de comprensión porque, de verdad, ¡todo pasa!
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Diversas intensidades, diversos caracteres
Aunque la edad de tu pequeño aventurero te puede dar pistas de que está inmerso en la etapa de rabietas, algunos niños manifiestan este cambio con más intensidad que otros. Dependerá del carácter de cada cual, y para esto no hay mucho que puedas hacer más allá de acompañarle en base a lo que necesita. Es decir, ajustando la crianza a su forma de ser, a su carácter, a sus necesidades.
Algunos de los signos que vas a encontrarte en este período de rabietas y que están dentro de la absoluta normalidad, como apuntábamos más arriba, son:
Puede que te encuentres con que tu pequeño entra continuamente en conflicto con todo lo que haces, y que el "no" se haya convertido en una parte esencial de su vocabulario.
Tu pequeño aventurero en esta etapa pasa por intensos cambios de humor: puede enfadarse fácilmente, pasando de la risa al llanto en un solo momento.
Él está pegado a ti y te aleja casi al mismo tiempo.
Su relación con otros niños a veces puede ser complicada, e incluso puede que hayan aparecido manifestaciones físicas como empujones o golpes.
Pone a prueba los límites que le has fijado y siempre trata de ir un poco más allá. Es entonces cuando manifiesta su frustración mediante llantos, gritos o estallidos de violencia física.
¿Cómo gestionar las crisis?
Muy a menudo, las crisis vinculadas a la etapa de las rabietas ocurren en momentos importantes de la vida cotidiana. Por ejemplo, durante las comidas, en el momento de vestirse o al salir de casa; que son momentos de la vida que repites todos los días y que sin darte cuenta se han convertido en fuente de conflicto. Tu pequeño aventurero puede oponerse fácilmente a cualquier acción y esto reafirma su autonomía, pero también pondrá a prueba tu paciencia.
La incapacidad de tu hijo para expresarse correctamente también es una fuente de ira. Entiende mejor de lo que habla y se frustra por no poder transmitir adecuadamente sus deseos. Por lo tanto, expresará este sentimiento de manera explosiva con arranques de lloros y gritos. Tu pequeño tiene problemas para controlar y comprender sus emociones, pero también las de los demás: cuando un adulto se enfada, le cuesta mucho procesarlo. Poco a poco tu hijo tomará conciencia del otro y de sus emociones, e irá saliendo de la etapa egocéntrica propia de los primeros años.
Siempre hay diferentes niveles según los niños. Y umbrales de tolerancia variables entre los padres. Pero relájate, es la mejor elección que puedes hacer. Es normal que te parezca que esta etapa de rabietas va a ser eterna, que tu vida ya será así. Pero no te preocupes porque pasará. Y no hay una sola manera de afrontarlo, ni ninguna receta mágica que podamos darte, pero sí hay algunas claves que pueden ayudarte a vivirlo lo mejor posible.
1. Mejora la comunicación
La comunicación es clave en todos los momentos de tu vida, y en este lo es especialmente. Si tu hijo se enfada es porque no puede comunicarse. Necesita expresar sus emociones, pero no puede. Es esta frustración la que lo lleva a tener una crisis. Explícale las cosas de forma muy sencilla, y dale tiempo para que se exprese. Necesita atención y sentirse escuchado. Trata de anticiparte a las situaciones conflictivas que pueden generar rabietas y establece límites y reglas coherentes que puedas explicar de forma sencilla. Y recuerda: a veces se puede ceder. Debemos ser firmes, pero también flexibles. No pasa nada si para evitar una rabieta cedemos antes una preferencia que no condiciona la seguridad de nuestro hijo.
2. Evita grandes explicaciones en el momento de la crisis
Ya te hemos avanzado que la comunicación es muy importante, pero en el momento en el que se produce la rabieta no debemos dar grandes explicaciones. Es difícil que tu pequeño pueda escucharte ni procesar lo que le estás diciendo en ese momento de crisis explosiva. Sus emociones desbordadas han tomado el mando de su persona y durante unos minutos no vas a poder hacer mucho más que acompañarlo. Se recomienda que en estas crisis los mensajes sean muy breves y concisos, y una vez la rabieta haya acabado, podamos hablar sobre lo ocurrido.
3. Aumenta la dosis de amor
Que sólo necesitamos amor puede parecer una simpleza, e incluso cursi, pero es la pura verdad: los seres humanos necesitamos amor. Tu hijo en esta etapa de rabietas necesita más que nunca ternura y cariño. Aprovecha para darle abrazos y besos extras. Nunca es demasiado. Puedes establecer un ritual diario de momentos tiernos compartidos que se conviertan en un refugio para tu pequeño aventurero, así se sentirá querido y seguro. Cuando tu hijo tenga una rabieta, puedes ayudarlo a calmarse hablándole primero. Luego, si continúa, puedes dejar que descargue su ira. Al igual que nosotros los adultos, los niños pequeños también necesitan expresar sus emociones. Es interesante practicar el refuerzo positivo: felicita a tu hijo por ser capaz de calmarse por sí solo. Para ello, dale un abrazo y dile que estás orgullosa de él. Demostrar a tu hijo que confías en él también es una prueba de amor.
4. No pierdas el control.
Sabemos que no es fácil mantener la paciencia y el control, pero la confrontación nunca es el camino. Gritar o intentar imponernos solo sirve para descargar nuestra propia ira ante una situación que nos desborda. Perderás mucha energía, y dañarás el vínculo con tu hijo. A veces puede parecer imposible, que la situación se apodera de ti, pero debes intentar salir. No te culpes si esto pasa: a veces simplemente no tienes el tiempo, la energía o el ánimo y es normal. También debemos ser compasivas con nosotros mismos y aceptar nuestra imperfección, nuestros tropiezos y nuestras limitaciones. Trata de encontrar el equilibrio.
5. Recuerda: esto también pasará
Si pensamos que las rabietas son un fenómeno normal, que son algo evolutivo y que con el tiempo se soluciona, la actitud que tendremos hacia ellas será mejor que si pensamos que es una enfermedad o desviación que requiere de «mano dura para que el niño no se malcríe». Por lo tanto, la próxima vez que tu hijo entre en modo rabieta, respira, toma aire, y piensa que eso, en algún momento, habrá dejado de suceder.